lunes, 25 de abril de 2011

Reseña Pasiones biologizantes del siglo XXI,13 abril 20011


PRIMER ENCUENTRO; El Concepto de Vida y Bíos lacaniano
Alberto Estévez
   El miércoles 13 de abril se inició en la sede de Madrid de la ELP el ciclo Noches de la Biblioteca que este año dedicará sus encuentros a trabajar el concepto de biopolítica y la obsesión biológica que comporta. Este primer encuentro se destinó al análisis del concepto de vida desde la vertiente que propone el ciclo, buscando interrogar el significante amo actual que representa la biología desde el concepto de Bíos lacaniano.
   La directora de la BOLM, Marisa Álvarez, presidió la mesa inaugurando el ciclo, flanqueada por nuestro querido amigo y filósofo Germán Cano, y por el director de la sede de Madrid, Joaquín Caretti. Antes de dar la palabra a los ponentes, Marisa Álvarez argumentó el porqué de la elección del tema citando las palabras de Lacan en “Función y campo …” que proponen que el psicoanalista debe conocer bien la espiral a la que su época lo arrastra. Además, el trabajo del ciclo puede ayudar en la orientación de algunas de las próximas citas que nuestra escuela abordará (El Congreso Pipol, el Foro Servidumbres Voluntarias, y el Congreso Mundial de Buenos Aires de 2012) siendo el concepto de vida algo que ineludiblemente concierne al psicoanálisis.
   Seguidamente, Germán Cano tomó la palabra y realizó una aproximación general al tema, haciendo hincapié en el nexo biopolítica – capitalismo, y cómo el biologicismo de base deriva lógicamente en una ingenua posición materialista. Introdujo el término “biopolítica” a través de Foucault, para desde ahí, llegar a pensar la raíz del problema que reside en la conceptualización dialéctica del amo y el esclavo de Hegel y eso le permitió desplegar un esquema en el cual y a partir de Hegel pudo ir situando la posición de distintos autores, pasando por el propio Foucault.
   Su ponencia también recorrió el arte moderno, del que destacó la omnipresencia de la materialidad del cuerpo, y asimismo aludió a la literatura a través de un relato de Kafka, “La Construcción” que le posibilitó articular el paradigma de la seguridad como causa del síndrome autoinmunitario. La moraleja que extraemos del relato de Kafka es que cuanto más segura se encuentre la criatura en su madriguera y en su repliegue, más dificultad encontrará en salir; y esa imagen, la imagen de la madriguera, fue la propuesta de Germán como representación especialmente gráfica para describir el horizonte biopolítico.
   A continuación, Joaquín Caretti inició su intervención retomando la pregunta de Foucault sobre el biopoder: ¿Cómo puede dejar morir si se trata de hacer vivir? El contraste resulta de la incesante invención de técnicas para hacer vivir, con la creación de una tanatopolítica capaz de las mayores atrocidades. El empeño en el control sobre el cuerpo es consecuencia directa de la politización de la vida, que es el acontecimiento de la modernidad: ¡hay que hacer vivir! Esto que fue promesa, transformada ahora en mandato, desemboca en la ya conocida disposición de la felicidad para todos.
   Desde el psicoanálisis es difícil concebir zoé sin bios; la vida se encarna en el cuerpo que goza, el cual está inmerso en un goce asexuado que no pasa por el cuerpo del otro, y dicha no relación es un trauma para la subjetividad, generador de síntomas que son el signo de desadaptación del sujeto. En este sentido, nos dice Joaquín, la versión de la biopolítica que desnormativiza y que deriva en la tanatopolítica impide al sujeto hacer la experiencia del inconsciente, y lo condena a verse rodeado de multitud de objetos, pero bajo la tiranía del superyó.
   Animadísimo debate el que generaron ambas intervenciones, y que se inició sobre ese hacer vivir y no dejar morir y las consecuencias de no dejar morir, formuladas en el imperativo de defender la vida a toda costa, mucho más visible con un poder biopolítico como el actual, sin veladuras, según Germán Cano, poder explicitado en argumentos biológicos, que blanquea cuestiones políticas en cuestiones biológicas, hasta proponer casi una bio-apolítica. Pero también surgieron otras cuestiones relacionadas con las nociones del derecho y la ley, las sociedades disciplinarias, o la victimización activa favorecida por la biopolítica frente a la posición de subjetivación que propone el psicoanálisis, que objeta esto, y que nos deja a nosotros, como psicoanalistas, ante la importancia que frente a  esta cuestión en concreto tiene la doctrina psicoanalítica.


PASIONES BIOLOGIZANTES DEL SIGLO XXI. PSIOANALISIS Y BIOPOLITICA






 Inmunitas: el furor preventivo


Noches de la Biblioteca inició en abril un ciclo de encuentros sobre Psicoanálisis y Biopolítica, que continuara durante los meses de abril, mayo y junio, octubre y noviembre de 2011.
La categoría de Biopolítica, como clave de lectura del mundo contemporáneo, que viene conformándose a partir de Michel Foucault y a través de pensadores como Giorgio Agamben, Roberto Esposito, Toni Negri, Mauricio Lazzaratto, entre otros, muestra que prácticamente nada escapa a la colonización del biologicismo: vida individual, vida social, ámbito jurídico y ámbito político. Foucault muestra que la vida, en tanto zoé o nuda vida, entra en la historia con el nacimiento del capitalismo. Hasta entonces el hombre, desde Aristóteles, había permanecido siendo un ser vivo capaz de una existencia política, es decir Bíos politikos. La vida era fundamentalmente vida calificada. Pero eso ya no es más lo que era. La política moderna y contemporánea no es sino Biopolítica, cuya ambición central es “la gestión normalizadora del cuerpo (individual o de la población) capaz de declarar un estado de excepción en aras de una presunta salud estatal”(1)
¿Por qué la pasión biologizante, el fanatismo de la cifra y los poderes de la técnica, que hacen las delicias de las administraciones gubernamentales, tienen cada vez más éxito? ¿puede la vida del hombre explicarse solamente en tanto viviente cuando más que nunca está atravesada por los inventos de la técnica? ¿ha llegado la técnica a dominar por fin el plus de goce? Según Jacques-Alain Miller este éxito “expresa algo muy profundo, una mutación ontológica, una transformación de nuestra relación con el ser” (2).
En este ciclo podremos transitar por estas transformaciones y sus consecuencias en relación a tres temas: el concepto de vida, la prevención generalizada y el cuerpo.
La reseña del primer encuentro se puede encontrar en blogdelabolm.blogspot.com y próximamente se podrán consultar en esa dirección las excelentes  intervenciones de Joaquín Caretti y German Cano. Este último nos dejó una imagen procedente de un relato de Kafka, la de la madriguera, que bien puede introducir el tema de nuestro segundo encuentro. Cuanto mas cómodos estamos en nuestra madriguera mas difícil salir de ella.

Todos los encuentros tendrán lugar en la Sede de Madrid de la ELP, Gran Vía 60, 2º izda., los días miércoles a las 20.45 hs.
(1) Sonia Arribas, Germán Cano y Javier Ugarte [coords.], Hacer vivir, dejar morir. Biopolítica y capitalismo, Madrid: Los libros de la Catarata, 2010.
(2) Entrevista a Jacques-Alain Miller por Éric Favereau (2008) en: http://psicoanalisislacaniano.blogspot.com/
*Viñeta del dibujante Medina.

Equipo de la BOLM: Marisa Álvarez (directora), Miguel Ángel Alonso, Alberto Estévez, Beatriz García, Ariane Husson, Pía López, Constanza Meyer, Esperanza Molleda, Sagrario Sánchez de Castro.



4 de Mayo: Inmunitas: el furor preventivo
Intervienen:
Jorge Alemán. Psicoanalista, miembro de la ELP y de la AMP.
María Victoria Gimbel. Profesora de filosofía.
Coordina:
Alberto Estévez. Psicoanalista, socio de la Sede de Madrid de la ELP, miembro del equipo de Biblioteca.



Bibliografía recomendada:
Jacques-Alain Miller,La experiencia de los real en la cura psicoanalítica, Buenos Aires: Paidós, 2003.
Éric Laurent, “Estado, sociedad, psicoanálisis”, en Psicoanálisis y salud mental, Buenos Aires: Tres Haches, 2000.
Mario Goldenberg: “Psicoanálisis y Biopolítica”, en Revista Enlaces Nº 13, Buenos Aires: Grama, 2008.
Roberto Esposito, Bíos, Biopolítica y filosofía, Buenos Aires: Amorrortu, 2006.
Roberto Esposito, Inmunitas. Protección y negación de la vida, Buenos Aires: Amorrortu, 2005.
Sonia Arribas,Germán Cano, Javier Ugarte.(coordinadores), Hacer vivir,dejar morir. Biopolítica y Capitalismo, Ediciones de la Catarata, 2010.
Giorgio Agamben, Estado de excepción, Valencia: Pre-Textos, 2004.

domingo, 17 de abril de 2011

CLANDESTINIDAD ( intervención de Luis Seguí)


Presentación de Clandestinidad, de Gustavo Dessal
2 de marzo de 20ll

Esta novela de Gustavo Dessal, que en mi opinión es el mejor y más logrado producto que hasta hoy nos ha proporcionado su talento literario, es al mismo tiempo ficción y no ficción, en la medida en que si los personajes y la trama se despliegan en un escenario técnicamente ficcional, simultáneamente lo que cuenta –la acción misma- exhibe como telón de fondo una realidad no solo próxima en el tiempo sino, además, conocida aunque sea a grandes rasgos, por todo el mundo.

De una parte, la localización temporal y lo que cuenta, el trasfondo histórico, podrían sugerir que es una novela más bien destinada al público del país en el que se desarrollan los acontecimientos, por disponer aquellos de muchas claves para su comprensión, mientras que las pobres desafortunadas criaturas que no han sido bendecidas con la condición de argentinas se verían privadas de las dichas claves, perdiéndose así gran parte del placer de la lectura.

Pues bien No es así, porque la lectura de Clandestinidad , a pesar del  aparente localismo al que estaría condenada por estar su trama y sus personajes tan pegados a un tiempo histórico y a un contexto muy preciso, está sin embargo al alcance de cualquier sujeto de cualquier país y de cualquier cultura, siempre que tenga una relación de amor con la literatura, y porque la clave de su universalidad está, precisamente, en su particularismo.

Puede ser disfrutada tanto por aquellos que desconocen la historia argentina reciente, tanto como por quienes saben algo de esa historia, y por supuesto por aquellos que no solo conocen la historia sino que se sienten especialmente concernidos por los sucesos realmente acontecidos y que proporcionan el contexto a la ficción. Como es mi caso.

De ahí que no voy a ejercer de crítico literario, no solo porque no es mi oficio, sino porque no tengo la menor pretensión de objetividad, si es que eso puede significar algo, y además porque estoy comentando la obra de una persona que me privilegia con su amistad desde hace muchos años.

Así pues, en cuanto creación literaria tan solo diré lo mucho que me ha impresionado el estilo despojado, la economía retórica, la total ausencia de perífrasis en este relato sin nombres, como un homenaje a tantos miles de muertos sin lápida, es decir sin sus nombres inscritos. Es como si el autor hubiera decidido que el dramatismo que encierra el relato no admitiera más que un lenguaje directo, desnudo, que incluso por respeto a los personajes del drama y al contexto –tan cargado de significación por sí mismo- había que evitar cualquier circunloquio, cualquier asomo de lirismo, que sobra todo barroquismo descriptivo.

Gustavo Dessal tiene la audacia, por otra parte, de no limitarse a hacernos escuchar la voz de una víctima del salvajismo represor, sino de incorporar la presencia del Otro, del personaje masculino canallesco y sin conciencia al que los acontecimientos llevan a ejercer de verdugo. Tan solo conozco otra novela en la que el personaje central es otro canalla semejante, un lumpen reclutado por la extrema derecha para iniciar la guerra sucia que después de marzo de l976 asumieron directamente los militares, en el mismo contexto histórico, y es una obra de Horacio Vázquez Rial que se titula Historia del Triste, un libro publicado hace más de 20 años.

Sabemos que cuando un crimen produce un gran número de muertes deja de ser un asunto policial o judicial, para convertirse en un asunto político. Esta es, pues, una novela en la que la cuestión política es insoslayable. No puede entenderse haciendo abstracción de la política.

Por un ideal político se vive y se arriesga la vida, como ocurre con la protagonista, que es en este sentido una persona responsable en toda la expresión de este concepto: se hace cargo de las consecuencias de sus actos, y por eso mismo la relación con el protagonista masculino es asimétrica. Éste, como tantos como él, por otra parte, no se hace responsable de nada. Sin que lo sepa, está muerto. Gustavo Dessal nos lo sintetiza en descripciones magistrales: cuando la chica le dice que tiene sangre de horchata él ni se inmuta, porque –nos dice el relato- al no formar parte del impulso de la vida se había vuelto invulnerable. O bien, cuando ella le habla del futuro, el narrador nos informa de que él en cambio, nunca decía ni una palabra acerca del futuro. Vivía en una fracción del tiempo donde no quedaba nada atrás, y por delante se alzaba una pared sin puertas ni ventanas.

En su labor de verdugo, ni una vacilación. El no emitía juicios –nos dice el autor- y su ignorancia le servía de coartada para exonerarse a sí mismo de cualquier duda moral. Y más adelante: cree que no tiene la culpa de hacer lo que hace, porque es el trabajo que le mandan.

Y para acabar de perfilar esta personalidad, nos dice Dessal de él que, y cito: jamás podrá tejer con las circunstancias de su vida una historia más allá del ciclo biológico en el que habrá consistido su paso por la existencia.

En suma, es un sujeto en el que podemos apreciar una auténtica spaltung, una disociación que le impide inscribir sus actos en su historia, darles un sentido. ¿Es su sordera parcial una metáfora del no querer saber, no querer oir?

Antes he hablado de la audacia del autor al ponernos cara a cara con este canalla, con esta representación viva del Mal.
Y es que esta novela es toda ella una indagación sobre el Mal.
Por ello, no parece casual que el relato esté –en mi opinión- claramente decantado hacia el personaje masculino, porque, como todos sabemos, el Mal ejerce una fascinación especial.

La existencia misma del Mal, su origen y su presencia en el mundo, han ocupado un lugar central en el ámbito de los diversos credos religiosos y de la reflexión filosófica en general, desde el principio de los tiempos.

Para abordarlo desde la perspectiva cristiana Leibniz inventó la expresión teodicea, que pasó a ser una parte de la teología, para demostrar la justicia divina mediante la solución de los dos problemas fundamentales que desvelaban a los teólogos: el del origen del Mal y el de la libertad humana.
La cuestión del Bien y del Mal ha constituido antes, durante y después de la Summa Theologica, un problema extremadamente importante en la teología, en la medida en que atribuir a Dios el conjunto de la creación significaba hacerlo responsable de la existencia del Bien, pero también del Mal.

¿Ha creado Dios el Mal? Si es así, ¿no es acaso contradictorio con su infinita bondad el haber inventado el Mal?

Los padres de la Iglesia encontraron una fórmula que podía dar respuesta tanto a esa cuestión como a la de la libertad. Sí, afirmaron, Dios creó el Bien, no el Mal, pero al mismo tiempo le concedió al hombre, su criatura, el libre albedrío, de tal modo que en ejercicio de su libertad el hombre puede elegir el Mal, aún condenándose.

En el judaísmo, en opinión de Bernard Sichère, la historia “está concebida como historia de los vencidos, se entiende partiendo de la metahistoria del Pacto de alianza: en el hombre existe un mal radical, mal vencido por el poder del Verbo, de suerte que la historia de los hombres está gobernada por la alternancia de la blasfemia y el perdón (...) el pensamiento judío del mal no es tanto un pensamiento de lo puro y de lo impuro como un pensamiento que invita a afrontar el mal como misterio de iniquidad”.

El protagonista de la novela de Gustavo Dessal es, pues, un sujeto que elige el Mal, pero sin que esa elección sea necesariamente una elección forzada. El deseo muerto hace que acepte incorporarse al ejército de los verdugos porque no tiene otra cosa mejor que hacer. Él necesita, como todo sujeto que carece de deseos, que alguien le diga lo que tiene que hacer: yo hago lo que me mandan, se dice.

Y cuando la hija le pregunta qué haría si volviera a tener quince años, él se dice: seguro que le hubiera gustado que la vida hubiera sido diferente, haber tenido un padre que le tendiera una mano y no lo dejara caer en el pozo de los deseos muertos, que es el lugar en el que se ahogó al nacer.

¿Y ella? Gustavo Dessal tiene la habilidad de no hacer del personaje femenino la representación del Bien, de situarla pura y simplemente como la contracara del Mal. Es bastante más complejo que eso.

Podría dar la impresión de que hay un cierto candor, una cierta ingenuidad, una cierta inconsciencia por parte de ella, o al menos una inconsciencia relacionada con el riesgo que supone su compromiso.

La protagonista es una militante montonera –como se deduce de un par de pistas que aparecen en el relato- que se entrega en un compromiso del que sabe vagamente que puede llevarla al sacrificio: es joven –la describe el autor-, y por más que se lo expliquen no puede ni quiere imaginar la muerte. Está convencida de que a ella no le va a tocar, de que ella formará parte del ejército vencedor y que entrará triunfante en el Sheraton Hotel, pero el ardor de ese compromiso, la convicción ideológica de que está luchando por la justicia, por la revolución, por los pobres, es más fuerte que el miedo.

Y, en cualquier caso, es bastante común recurrir a la denegación para evitar dejarse ganar por un miedo paralizante. Como escribe Claude Lanzmann en su recién editada autobiografía, recordando la relativa inconsciencia con la que a sus l5 años se jugaba la vida en la Resistencia contra la Ocupación alemana de Francia, “la inconsciencia es una forma de valentía.

La posición de ambos protagonistas no es, desde luego, simétrica desde el punto de vista moral, ni mucho menos desde una perspectiva política.

Es importante señalar esto porque en la Argentina ciertos grupos políticos interesados lanzaron la llamada teoría de “los dos demonios”, que equipara la violencia del Estado militar con la de los grupos armados que lo combatían, el marxista ERP y el peronista Montoneros. Algo parecido a la equiparación de Hitler con Stalin, intentando así poner en el mismo lugar del Mal la ideología revolucionaria inspirada en el marxismo con el nacionalsocialismo. Se plantea aquí un problema ético, la ética de la motivación, o dicho de otro modo de relación entre medios y fines propio de la filosofía política.

Sin embargo, es necesario distinguir la motivación de quienes, como el nacionalsocialismo, se proponían desde su programa inicial la dominación mundial de la raza aria, la opresión sobre el conjunto de los pueblos europeos y el exterminio completo de los portadores de la cultura judía, de la motivación inspirada en la supresión de la explotación del hombre por el hombre y el igualitarismo propias del marxismo. Es evidente esa ética de la motivación puede conducir, y de hecho condujo, a la ejecución de crímenes masivos en nombre del marxismo-leninismo por parte de Stalin, pero creo que esa realidad no debería servir para ocultar la diferencia existente entre una y otra ideología.

Lo ocurrido en la Argentina en los años setenta –como lo ocurrido también por la misma época en otros países latinoamericanos- no puede entenderse sin tener en cuenta la propia historia del país, y la influencia determinante que tuvo en el continente la Revolución Cubana.

Con respecto al país en particular, hay que decir que en la Argentina existe una larguísima tradición de violencia política, prácticamente desde hace 200 años, cuando empezó como país independiente. Setenta años de guerras civiles, hasta l880, y sucesivos golpes de Estado en l930, l943, l955, l962, l966, l976...

Sin proponérselo, la Revolución Cubana abrió y al mismo tiempo cerró la posibilidad de otras revoluciones inspiradas en ella en Latinoamérica. La abrió o aparentó abrirla al mostrar que una vanguardia armada apoyada por la mayoría de la población podía enfrentarse a un poder dictatorial y derrocarlo, iniciando un proceso de transformación política y social. Y al mismo tiempo la cerró, porque a partir de la Revolución en Cuba los Estados Unidos organizaron rápidamente una ofensiva contrarrevolucionaria –hay que recordar que estábamos en plena guerra fría- para impedir que aquella experiencia se repitiera, de tal modo que a la emergencia de grupos armados de izquierdas en casi todos los países latinoamericanos, la doctrina de la guerra contrarrevolucionaria se puso en práctica a través de los ejércitos de cada país, promoviendo golpes de Estado e instalando gobiernos cuya principal misión era el exterminio de la oposición de izquierdas, para impedir a toda costa que se convirtieran en un peligro real para los intereses de las clases dominantes y, por extensión, para la política de los EE.UU.

En l973, en Chile, se vio claramente que EE.UU. no estaba dispuesto a tolerar ni siquiera a un gobierno de izquierdas que había alcanzado el poder democráticamente. El comentario atribuido a Henry Kissinger es bastante ilustrativo al respecto: no podemos permitir que porque el pueblo chileno se haya vuelto loco, tengamos una segunda Cuba en Latinoamérica.

Tan sólo hubo una excepción que atravesó la estrategia contrarrevolucionaria del Pentágono y del Departamento de Estado, y se produjo en l979 en Nicaragua cuando el Frente Sandinista de Liberación derrotó al dictador Somoza; y ocurrió porque el entonces presidente de los EE.UU. era Jimmy Carter, que interrumpió la ayuda militar al Gobierno de Somoza. Como se sabe, el siguiente presidente de los EE.UU. fue Ronald Reagan, que rectificó rápidamente el “error”, armando y financiando a la llamada Contra nicaragüense, que inició una guerra de desgaste con la que consiguió –literalmente- asfixiar la revolución.

Hay que decir que el ambiente que se vivía entonces en la Argentina, al igual que en otros países latinoamericanos, era de una gran efervescencia política. En la Argentina en particular existían grupos y organizaciones de izquierda, marxistas y peronistas, que desde poco después del golpe militar que derrocó a Perón en l955 ya comenzaban a practicar formas armadas de lucha, hasta que a comienzos de la década de los ´70 tanto el ERP como Montoneros polarizaban el espectro político como principales ejecutores de la lucha armada.

El aire del Caribe recorría el continente, y no es exagerado afirmar que el Che Guevara representaba el ideal del yo para todos los militantes. Y en el imaginario de cada militante el yo ideal era ver en sí mismo a un futuro Che Guevara.

Esa efervescencia ideológica y política era la que imperaba en el ambiente político de la Argentina de los años ´70, en particular en los círculos universitarios donde el personaje femenino de esta novela empieza a darle cierta consistencia teórica a su anhelo de justicia social, un proceso que ahora se llama de concienciación. No es casual que la mayoría de los cuadros que se integraron en aquellos grupos armados proviniesen de la clase media y de la universidad, ese gran catalizador.

Sí hubo algo que se podría calificar de una construcción delirante, pero que era en todo caso responsabilidad de los dirigentes y no de los militantes de base, y era la creencia de que se podía vencer en esa guerra contra el Estado y sus fuerzas represivas, sin contar con el apoyo de las masas. Esa construcción delirante alcanzó su cenit cuando las organizaciones armadas decidieron continuar con su estrategia foquista cuando era evidente que nunca podrían derrotar militarmente al poder establecido.

Una y otro, ambos protagonistas de esta novela son, a su manera, víctimas, aunque no son equiparables ni ética, ni moral ni políticamente.

Alguien podría suponer, a la vista de lo dicho, que para leer esta magnífica novela hace falta tener una cierta fortaleza de espíritu y un estómago moderadamente blindado. En realidad, basta con tener una relación de amor con la literatura.

I.- SUICIDIO, MEDICAMENTOS Y ORDEN PÚBLICO (introducción de Beatriz García)


Suicidio, medicamentos y orden público. Compilación de Montserrat Puig y Clara Bardón.



Buenas noches a todos y bienvenidos a esta nueva convocatoria dela BOLM.

En esta ocasión es una alegría presentar un libro que podemos enmarcar en una orientación fundamental de nuestra escuela, que es la de resistir al empuje del reduccionismo de la ciencia en el tratamiento del sufrimiento. Es un reduccionismo que pretende comprender lo que les sucede a los seres humanos desde el paradigma de la experimentación de laboratorio y, más concretamente, sobre el modelo estadístico, si nos referimos a los manuales de diagnóstico y tratamiento desde los que hoy la rama mayoritaria de la psiquiatría aborda este sufrimiento del ser hablante. Este abordaje apunta a borrar todo rastro de subjetividad, y ese es el fondo sobre el que se sostiene este libro que nos parece muy necesario y que agrupa una serie de trabajos sobre la deriva de los tratamientos en la mal llamada salud mental. Digo mal llamada en consonancia con la pregunta retórica del próximo congreso Europeo PIPOL que tendrá lugar en Bruselas titulado “La salud mental ¿existe?”. Desde nuestra perspectiva nos oponemos a este empuje del mandato superyoico de la salud que enferma más que cura y que trata de suturar la hiancia estructural que hace humano al ser humano. Cuando decimos que no hay salud mental lo que decimos es que no hay solución “universal” al malestar, sino solo las soluciones que, más o menos precarias, cada uno “inventa”, aunque sea sin saberlo, para vivir la paradoja que implica ser seres hechos de cuerpo y de lenguaje, dos elementos radicalmente heterogéneos. Esta dificultad toma una forma particular en cada caso y en cada caso conviene tratarla de forma particular, implicando siempre la responsabilidad del propio sujeto.

Este libro muestra que existe otra forma de tratar el dolor de los sujetos contemporáneos, existe otra psiquiatría que atiende a la subjetividad, para la que el sujeto que sufre no es reducible a una serie de neurotransmisores. Y tengo que decir que a mi la lectura de este libro me ha proporcionado una cierta satisfacción al comprobar, en la multitud de referencias que los artículos recopilados citan, que el psicoanálisis de orientación lacaniana no está sólo en la denuncia de los impasses a los que las derivas de la ciencia están conduciendo, sino que hay muchos y prestigiosos autores, tanto del campo de la epistemología como de la propia medicina, que alzan sus voces con argumentos potentes en la misma dirección.

El volumen ofrece una reflexión organizada en tres ámbitos: la función de orden público que hoy toma la asistencia en salud mental, la medicalización del sufrimiento humano y los pasajes al acto suicidas, convertidos en objetivo diana de las políticas de prevención. 

En el apartado sobre psicoanálisis y orden público se nos ofrece un texto muy interesante de J.P. Klotz titulado clínica contemporánea de la autoridad que nos habla de la diferencia entre tomar el síntoma, al modo en que lo hacía Freud, como una religión privada, esto es, como el modo personal de tomar el relevo de un padre que falla por estructura, y la pretensión universalizante del saber de la ciencia asociado al abandono del sujeto y sus consecuencia de vacío de identidad y errancia de los modos de goce.

Hay también una mesa redonda entre psicoanalistas y psiquiatras que trabajan en salud mental donde se abordan cuestiones de calado sobre, por ejemplo, la coacción al tratamiento como forma de prevención que se va abriendo paso, la judicialización de la salud mental o el aporte del psicoanálisis en el tratamiento de los pasajes al acto.
Encontramos finalmente varios artículos sobre la deriva de la exigencia de bienestar y el rechazo del sufrimiento en las políticas de salud en general y en las de salud mental en particular.

El apartado sobre los fármacos está presidido por dos planteamientos: que el psicoanálisis no se opone a la medicación sino a su administración estandarizada (o sea, no es el medicamento el que puede destruir la psiquiatría sino los protocolos y los cuestionarios) y el fármaco como un anestésico que, si bien no cura, atempera y ayuda a trabajar con un paciente decidido (JAM).

Encontramos también en tres de los artículos (D. Laurent, Patrick Chessel y M. Puig) una denuncia decidida: la investigación llamada científica en farmacología psiquiátrica es un gigante con pies de barro. Un médico investigador clínico en psiquiatría (David Healy) y un investigador de la industria farmacéutica (Philippe Pignarre) dan los argumentos: las nuevas moléculas sólo se estudian en referencia a las viejas y según los parámetros y escalas diseñadas para estas (la llamada carrera de los sucesores). Los criterios de inclusión de los pacientes en los ensayos clínicos se van variando hasta que responden a la molécula candidata, con lo que finalmente la enfermedad se convierte en lo que la molécula cura. Vale la pena seguir el planteamiento, que es también muy revelador de la alianza entre la investigación y el capitalismo más deshumanizado.

En este apartado se incluyen también varios artículos con casos de tratamientos psicoanalíticos acompañados de medicación bajo transferencia, donde se analiza el lugar del medicamento en cada caso, uno de ellos de J. Garmendía, que nos acompaña hoy.

Finalmente, en el apartado dedicado a la clínica del suicidio, encontramos una entrevista con el autor de una obra sobre la historia del suicidio en occidente, donde podemos seguir las reveladoras idas y venidas en la sucesiva consideración del suicidio como acto socialmente admitido (en la antigüedad grecorromana, el Renacimiento o la Revolución francesa, por ejemplo) o como acto pecaminoso y punible (en la edad media, en que incluso se aplica la punición de los cadáveres, tras el renacimiento o a partir del siglo XIX). Muy revelador
Encontramos también la denuncia del impulso mortificante que late detrás de la consideración del suicidio por parte de la OMS como epidemia a la que hay que oponer políticas de prevención (la enumeración de las medidas propuestas ya es como para quedarse pensando: pone en la misma serie el tratamiento de las enfermedades mentales y la desintoxicación del gas doméstico). Se trata de elevar las encrucijadas subjetivas que llevan a un ser humano a semejante coyuntura al rango de datos estadísticos: hay que evitarlos, sin preguntarse qué quieren decir. Una vez más nos encontramos con la prevención como forma contemporánea de la represión y el no querer saber nada de eso.

Completan el apartado sobre el suicidio una serie de casos clínicos, un artículo de JAM sobre el concepto de paso al acto en Lacan y dos artículos sobre la clínica del suicidio desde la perspectiva del psicoanálisis, donde se indica que se trata de la clínica de un sujeto responsable. Se enfatiza la importancia del diagnóstico estructural así como la localización de las coordenadas subjetivas que han enmarcado el acto o la intención suicida. Lejos de tomarlo como víctima, se dice, el psicoanalista tratará de darle al sujeto los medios de reapropiarse de los pensamientos que lo condujeron hasta su acto, en la búsqueda del establecimiento de su causalidad inconsciente. Una forma muy diferente de acercarse a esta difícil problemática, que para el psicoanálisis tiene que ver con un no querer saber, con la misma pasión por la ignorancia que parece alimentar las políticas en pos de la  salud pública.

Se trata entonces de un trabajo de gran interés para ayudarnos a reflexionar sobre la clínica y la política de la subjetividad contemporánea. Están aquí esta noche para hablarnos de este trabajo:

Javier Garmendia. Psicoanalista, miembro del la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis y de la Asociación Mundial de Psicoanálisis.

Antonio Ceverino. Psicoanalista, psiquiatra en el Centro de Salud Mental de Hortaleza, miembro de la sección de Psicoanálisis de la Asociación Española de Neuropsiquiatría.

Beatriz García Martínez, 6 de abril de 2011

sábado, 16 de abril de 2011

CLANDESTINIDAD (intervención de Miguel Angel Alonso)


Clandestinidad, de Gustavo Dessal. Presentación de Miguel Ángel Alonso

Cuando comenzaba a elaborar esta presentación, las palabras me condujeron, antes que nada, a ciertos momentos de mi relación con Gustavo. Son momentos generalmente relacionados con las citas mensuales que programamos para elegir los libros que van a ser objeto de nuestra tertulia literaria, la que organizamos con el amigo Alberto Estévez y compartimos con tantos y tantos tertulianos. Pues bien, en esos encuentros surgieron con alguna frecuencia conversaciones en las que Gustavo mostró su pasión por la escritura. Y ahí mismo, su letra manuscrita, ese laboratorio simbólico en el que se conforma y confirma como escritor, se hizo parcialmente presente. Es decir, me encontré –por supuesto a cierta distancia— con su letra de escritor. Siempre lo acompaña algún pequeño cuaderno, de color verde o negro, en el que la letra que escribe parece venir de alguna disputa implacable. Yo veía que la página de ese cuaderno, siempre, quedaba oculta detrás de la letra hasta en sus más recónditos renglones. Lo cual me dio pie para evocar una convicción que forma parte precisa de mi pensamiento: qué mejor impronta para un escritor, que su letra dispute la jerarquía del vacío a la misma página. El gran mérito es que para poder realizar esta operación la letra ha de saberse litoral entre el saber y lo real, lo cual supone haber transitado en soledad fronteras poco seguras para la propia integridad subjetiva, haber viajado por la enfática oscuridad del lenguaje haciéndose cargo, para siempre, de la mudez de nuestro enigma. Paradójicamente, esa mudez es la que invoca al escritor a realizar una escritura incesante que no puede ser sin aquella pasión de la que hablaba Gustavo en nuestras conversaciones. Y todo esto me parecen condiciones imprescindibles para nombrarse escritor. Y Gustavo, sin duda, puede hacerlo.

En esa tensión entre el símbolo y lo real, entre los sentidos de la vida y la nada de la muerte –y cuando digo nada apelo a lo absoluto de esa nada— se va deslizando Clandestinidad, tanto en lo que constituye su escenario de fondo como en la acción de los protagonistas que se inscribe sobre él. 

En cuanto a ese telón de fondo, el drama de la Argentina del 76, Clandestinidad muestra un compromiso. Poner a la vista una obcecación que parece consustancial con lo humano. Y es que la contundencia de los hechos nos enseña que la tragedia clásica no cesa de escribirse. Vamos a encontrar, en ese telón de fondo, la pulsión de muerte en dos de sus paradigmas más notables: la doble muerte, y todavía, una invocación elíptica a Antígona. En cuanto a la doble muerte hay que decir que, más allá de los asesinatos reales, nos topamos con la muerte simbólica, la negación, por parte de los verdugos militares y paramilitares, de los más elementales rituales simbólicos debidos a los seres queridos; la negación de los nombres a los cuerpos desaparecidos; la negación del carácter criminal del acto en la canallesca justificación, política o religiosa, del mismo. También aparecen, de forma elíptica, aquellos seres que todavía hoy deambulan por la vida, como Antígonas eternas, sin poder enterrar a sus muertos, y contraviniendo con sus gritos incesantes, los nefastos edictos de los heraldos del mal, que pretendieron borrar cualquier rastro que lo humano pudiera dejar.

Este telón de fondo me parece la contribución particular de Gustavo Dessal a la necesaria memoria de éste y de tantos otros atroces acontecimientos históricos protagonizados por el ser humano, memoria que se escribe, como suplencia simbólica de un epitafio imposible, en la lápida que falta.

En este contexto, pareciera fácil dar cuenta del significado de Clandestinidad. Sin embargo, la novela nos convoca a realizar un trabajo de delimitación, dado que el título se escribe como un significante vivo en el que encontramos, al menos, dos declinaciones que nos vuelven a remitir a la tensión que encarna la letra como litoral entre la vida y la muerte. 

Por un lado, la clandestinidad es la de la precisión geométrica del mal, que anega todo el texto escribiéndose en la partícula “no”, partícula que parasita al Padre, a la Historia, a Dios y, en consecuencia, a la vida. Padre, historia y Dios se convierten en las máscaras soberbias que se pretenden signos inefables, irrompibles, pero solo para constituirse como estructuras de emplazamiento infernales, sobre la vida, sobre los sueños, sobre la incertidumbre, exigiendo a los seres humanos hasta la última gota de su deseo para proscribirlo en el silencio. Son las máscaras que, bajo su aparente nobleza, no hacen sino disimular el rostro del mal radical. 

Pero las mismas palabras, Padre, Historia, Dios y, en consecuencia, Vida, intuyen que “el cielo sólo se conquista con fuego”. Es la intuición clandestina del deseo, que intenta movilizar aquel no mortal como posición de escucha insensible a la vida; es la intuición clandestina que sabe que la historia no se escribe con signos inequívocos, sino que se construye y reconstruye con pasos y palabras de incertidumbre; es la intuición clandestina que propicia los encuentros con un Dios que precisa nuestra palabra para construirse; es la intuición clandestina que funda al padre en la nobleza de las teorías políticas que han de procurarse un reconocimiento universal. Esa es la clandestinidad de un deseo ético que se empeña en delinear los renglones sobre los que alguno de los protagonistas intenta asumir la responsabilidad de escribir su nombre propio, algo que adquiere una enorme relevancia en esta novela.

A partir de estas dos declinaciones del título, a partir de este contrapunto entre abyección y deseo vital, ¿donde podemos concretar una esperanza en Clandestinidad? En la pregunta. Es la vertiente ética de la novela. La pregunta va a descubrir la delicada fragilidad del olvido. Vamos a ver como un mínimo movimiento de la más elemental psicopatología de la vida cotidiana, puede coger desprevenido al más obstinado defensor de una gramática férrea, hecho que basta para producir la grieta, la fractura, el proemio por el que ha de sangrar la verdad que nos confronta con la historia, con la mirada del otro y nuestra propia mirada, con las palabras del otro y con nuestras palabras, para discernir lo que en nosotros mismos constituye terreno abonado para el deseo ético o para la abyección mortal. Ese es el escenario ético de Clandestinidad, sostenido en el carácter subversivo de la pregunta y de la memoria. 

Considero que estas son algunas de las pautas que posibilitan una lectura de Clandestinidad. Estamos ante una constelación de temáticas enormemente atractivas, todas ellas de gran calado y profundidad. Quiero decir, finalmente, que esta nueva novela de Gustavo me hizo evocar lo que tantos de sus textos preconizan, la imperiosa necesidad de dotar a la existencia de un sentido ético, sentido que podría sintetizarse de la manera siguiente:

Cada ser humano ha de hacerse cargo de la responsabilidad que implica su acción”.

Sin duda alguna, Gustavo, al situarse en el interior de esa contraposición entre el deseo ético y abyección mortal, se introduce en el seno mismo de la más responsable lectura de la existencia. Por lo cual, no me queda sino reiterar mi felicitación por la potencia ética que  proyecta su letra en general, y su novela Clandestinidad en particular. 
                                  
Miguel Ángel Alonso

miércoles, 6 de abril de 2011

II.- SUICIDIO, MEDICAMENTOS Y ORDEN PUBLICO (reseña del acto de presentación)


El miércoles 6 de abril se presentó en la BOLM el libro Suicidio, medicamentos y orden público, compilación de Montserrat Puig y Clara Bardón. Participaron en el acto Javier Garmendia, psicoanalista, miembro del la ELP y de la AMP y Antonio Ceverino, psicoanalista, psiquiatra en el Centro de Salud Mental de Hortaleza, miembro de la sección de Psicoanálisis de la Asociación Española de Neuropsiquiatría.

En la coordinación, Beatriz García, psicoanalista, socia de la sede de Madrid de la ELP y miembro del equipo de la BOLM, destacó la oportunidad de presentar un libro que podemos enmarcar en una orientación fundamental de nuestra escuela, que es la de resistir al empuje del reduccionismo de la ciencia en el tratamiento del sufrimiento que apunta a borrar todo rastro de subjetividad. Este libro necesario agrupa una serie de trabajos sobre la deriva de los tratamientos en la mal llamada salud mental, mandato superyoico que enferma más que cura y que trata de suturar la hiancia estructural que hace humano al ser humano. Cuando decimos que no hay salud mental lo que decimos es que no hay solución “universal” al malestar, sino solo las soluciones que, más o menos precarias, cada uno “inventa”, aunque sea sin saberlo, para vivir la paradoja que implica ser seres hechos de cuerpo y de lenguaje, dos elementos radicalmente heterogéneos. Esta dificultad toma una forma particular en cada caso y en cada caso conviene tratarla de forma particular, implicando siempre la responsabilidad del propio sujeto.

Este libro muestra que existe otra forma de tratar el dolor de los sujetos contemporáneos, existe otra psiquiatría que atiende a la subjetividad, para la que el sujeto que sufre no es reducible a una serie de neurotransmisores. El libro proporciona la satisfacción del comprobar, en la multitud de referencias que los artículos recopilados citan, que el psicoanálisis de orientación lacaniana no está sólo en la denuncia de los impasses a los que las derivas de la ciencia están conduciendo, sino que hay muchos y prestigiosos autores, tanto del campo de la epistemología como de la propia medicina, que alzan sus voces con argumentos potentes en la misma dirección.


Javier Garmendia comenzó su intervención recordando un sintagma conductor formulado por Jacques Alain Miller en las jornadas de Sevilla en 1998: “la salud mental no tiene otra definición que la del orden público”. Recordando que el psicoanálisis se dirige siempre a un sujeto responsable, aseveración que toma como el eje en torno al cual se articula todo el libro.  J. Garmendia se pregunta si no es inevitable en el ámbito de la salud mental acabar abocados a las funciones de orden público. Concluye que, cuando al sujeto no se le trata como responsable sino como a alguien aquejado de un déficit, eso conduce a una psicologización de la vida cotidiana, donde al sujeto hay que ofrecerle todo tipo de ayudas. Entre ellas es destacable el énfasis en la prevención, que desde el psicoanálisis es tomado como medio de control, y donde podemos pensar que desde este punto de vista, al contrario del dicho popular, es mejor curar que prevenir: si el sujeto es una respuesta de lo real, no podemos prevenirlo so pena de hacer más daño que bien. Se abrieron también algunas preguntas, como aquella sobre la obligatoriedad de darle el diagnóstico al paciente que en Francia se toma como un empuje a la verdad, o la de si el psicoanalista puede medicar.

Antonio Ceverino habló en su intervención de cómo la caída de los grandes relatos da lugar en el sujeto contemporáneo a la ilusión de la conquista de una nueva libertad en el ámbito de la vida privada. El bienestar y la autorealización se convierten en los nuevos retos y los estados modernos se erigen en garantía de nuestra felicidad mediante métodos de curación y prevención masivos y autoritarios. El sufrimiento psíquico se confunde con enfermedad mental y se pone en juego un proceso de medicalización generalizado al que los pacientes se entregan sin dudar. Entonces ¿cómo acoger este malestar sin responder a la demanda en los términos en que hoy se formula de forma mayoritaria? ¿se trata de no escuchar demasiado? ¿de utilizar otros dispositivos? Este es, para Ceverino, el telón de fondo de los distintos trabajos recogidos en el libro, organizados en tres ámbitos: la función de orden público que hoy toma la asistencia en salud mental, la medicalización del sufrimiento humano y los pasajes al acto suicidas, convertidos en objetivo diana de las políticas de prevención.

Tras comentar algunos de los temas tratados en el libro, como el escándalo que supone la cuestión del suicidio en una supuesta sociedad del bienestar, el ideal de la vigilancia para prevenirlo y las características de la clínica psicoanalítica del suicidio, se pasó al coloquio en el que, entre otras cuestiones, se interrogó el concepto de responsabilidad subjetiva (la responsabilidad para el psicoanálisis como diferente a la responsabilidad de mantenerse sano a la que aluden las políticas de prevención) y la posibilidad de comunicación entre la psiquiatría y el psicoanálisis.


Beatriz García Martínez



III.- SUICIDIO, MEDICAMENTOS Y ORDEN PÚBLICO ( intervención de Antonio Ceverino)


Presentación del libro: “Suicidio, medicamentos y orden público”

CLARA BARDON CUEVAS MONTSERRAT PUIG SABANES, (ed.). Suicidio, medicamentos y orden público. Editorial Gredos.


El libro como saben es el décimo título de la colección de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis de la editorial Gredos[1], y que acoge textos y trabajos de procedencia diversa -es un libro colectivo-, algunos corresponden a artículos publicados en Mental y luego posteriormente traducidos, otros han sido escritos ex profeso… y que abordan asuntos en los que el psicoanálisis se encuentra de algún modo concernido, temas que se encuentran en la juntura, en el límite entre el psicoanálisis y otras disciplinas, y –al menos en el proyecto de los editores- son textos dirigidos sobre todo a otros profesionales de otras disciplinas, en este caso, a los profesionales de la salud mental, a los psiquiatras particularmente, y no tanto a los psicoanalistas como lectores principales.

El libro realiza un recorrido por los distintos retos y demandas sociales a las que se enfrenta la psiquiatría y la salud mental en nuestros días, desliza su mirada por los callejones sin salida en que se encuentra hoy… y lo hace sobre un telón de fondo que puede dibujarse rápidamente y con trazos gruesos de la siguiente forma:
Con la caída de los grandes relatos, los grandes ideales del compromiso político y la emancipación[2], se produce en el sujeto contemporáneo la ilusión de la conquista de una nueva libertad, una progresiva liberación de las tradicionales ataduras políticas, éticas y culturales que constreñían a los sujetos. El espacio público queda vacío y es ocupado por una sobrevaloración de lo privado, de la vida privada. La satisfacción, el bienestar, la autorealización se convierten en los nuevos retos y las tareas de las que debe ocuparse el sujeto[3]. Esta profunda mutación es correlativa a la construcción de los estados modernos, que bajo una apariencia falsamente liberal y paternalista, cargada de buenas intenciones, se erigen en garantía de nuestra felicidad y nuestra salud mediante métodos de prevención masivos y autoritarios.
El estado moderno difunde un ideal de hedonismo: cada ciudadano tiene el deber de ser feliz, los antiguos imperativos del compromiso político y la lucha por la transformación social han sido sustituidos por este nuevo imperativo feroz que obliga a ser feliz, y ante el cual el sujeto se encuentra siempre en falta y culpable. Dice Pascal Bruckner, autor de La euforia perpetua: “Por primera vez en la historia vivimos, probablemente, en una sociedad donde las personas son infelices de no ser felices”. En este trayecto, la lógica del fantasma, que fabrica un Otro al que responsabilizar de la falta en ser, se traslada al espacio de lo público y estos sujetos –ubicados en la posición del sujeto de derecho- en muchos casos demandan atención en los servicios de salud mental, y colocan a los profesionales en el lugar de los dispensadores del bienestar.
Si el malestar queda reducido a un problema sanitario, las instituciones psiquiátricas se erigen como las instituciones del orden público y el control social, las que deciden si un sujeto puede andar solo por la calle o tiene que ser internado, si es capaz para actos civiles o debe ser tutelado, etc[4]. El sufrimiento psíquico se confunde con enfermedad mental, la Organización Mundial de la Salud define la salud como un estado completo de bienestar físico/mental/social, y se promueve un ideal de salud mental (pag. 76) donde lo real ya no sería insoportable: el sujeto adaptado. En distintos capítulos el libro describe todo un recorrido de la nosología psiquiátrica (los manuales diagnósticos y estadísticos que promueve la APA, los famosos DSM) que define (sobre todo desde su tercera edición en 1980) distintos síndromes psicopatológicos a los que quiere hacer pasar por auténticas entidades naturales, de las que en un futuro –promete- conoceremos la base biológica subyacente (pag. 83). Este proyecto, que se define como ateórico, desentendido de la causa y la singularidad de cada caso, se dice respaldado por la autoridad de la ciencia y abre la puerta al poder de las estadísticas que definen el ideal, la norma. En este modelo reduccionista comparece el objeto farmacológico: el medicamento es el remedio, y a la vez es la prueba fiable: la enfermedad es lo que el fármaco cura (pag. 85). Esta euforia ingenua de una prescripción que se cree curativa promueve un proceso de medicalización generalizado del malestar a la que se entregan los pacientes sin dudar, y con la que consienten con frecuencia unos profesionales hostigados por la falta de tiempo, la masificación de la demanda, el control gerencial de indicadores de calidad y evaluación, etc. Pero -se preguntan también estos clínicos, se preguntan también los autores del libro- ¿qué hacer entonces con esta queja que llega hasta nuestras consultas, con esta demanda de atención, con este malestar que creemos que no compete a la psiquiatría ni a la salud mental? ¿Nos debemos negar a acogerlo, debemos eludirlo, o reenviarlo al médico generalista?. ¿O se debería tomar en serio e inventar otra respuesta distinta a la consulta psiquiátrica? (pag. 22) ¿Qué respuesta?, ¿una respuesta en el ámbito de lo público? La solución no es fácil, sobre todo en tiempos de recortes como los que sufrimos, donde la salud no permanece al margen del nuevo orden regido por la economía y la ley del mercado, y donde, al final de un largo trayecto de reconfiguración del campo psi, el malestar subjetivo es ya cifrado por nuestros gerentes en términos de costes económicos (pag. 74).

Este es el telón de fondo que dibujan los distintos trabajos que integran el libro, y sobre él se recortan tres cuestiones de máxima actualidad: los pasajes al acto suicidas, la medicalización del sufrimiento humano y la función de la salud mental en relación al orden público.

1. El suicidio

La sección dedicada al suicidio da comienzo con un breve recorrido histórico del suicidio, donde se revisan las distintas formas de represión religiosa, política y cultural (pag. 169), desde la antigüedad greco-romana donde el suicidio era tolerado (salvo en esclavos y soldados, a los que no se consideraba dueños de su cuerpo), la Edad Media y las prácticas de punición del cadáver, de ejecución del cadáver, la condena del suicidio en el siglo XIX donde el sujeto debe someterse al bien de la colectividad o la nación, el incremento de los suicidios en la modernidad por la anomia y el aflojamiento de los lazos sociales que promueve un capitalismo incipiente (pag. 156), y, por último, la época actual, donde el suicidio es incomprensible, se atribuye al desorden mental y se empuja al suicida al ámbito de la locura (pag. 167). Es acertado señalar que es el suicidio juvenil el que constituye un escándalo en sociedades del bienestar como las nuestras y dispara las alarmas, la OMS lo declara problema de salud pública (en el 2004), y se ponen en marcha medidas para frenar la epidemia (pag. 174).
Reducidos al estatuto de epidemia, los pasajes al acto suicida se han convertido en los últimos años en objetivos de unas políticas de prevención que ponen a los sujetos bajo sospecha, y petrifican a los pacientes con intentos de suicidio previo en su síntoma: son “los suicidas” (página 177). La inutilidad de tales medidas se pone de manifiesto en lo que se conoce como la paradoja de la conducta suicida: a pesar de los avances en la investigación y el tratamiento –dicen- de los trastornos mentales subyacentes, las tasas de suicidio se mantienen intactas, o incluso se disparan (de 1 millón de fallecidos por suicidio en el año 2000, se calcula que pasaremos a 1 millón y medio en el 2020). Aquí se pone de manifiesto una vez más que cuando el profesional trabaja contra el síntoma le toca responsabilizarse del bien del paciente, y el retorno del síntoma está, siguiendo esta lógica, asegurado[5].
Los profesionales de los servicios de salud mental son los que se ven convocados a primera línea en esa peligrosa coyuntura del acto, del acto suicida…, y a la vez es la situación que más confronta con sus prejuicios, con su ética. Los psiquiatras y psicólogos son –somos- convocados a intervenir, desde nuestro saber, pero ¿cómo?, ¿con qué saber? “Suicidio es un acto que procede de la decesión tomada de no saber nada” –dijo Lacan en 1973 (pag. 192). Es precisamente el rechazo a saber/y a hablar, lo que precipita el acto, y tanto más exitoso si el suicidio es consumado, porque entonces la intención de no saber nada se ha logrado, y ya nadie sabrá nada. El profesional es convocado en esta coyuntura para “impedir”, impedir que se consume el acto, que llegue a su término, que sea exitoso… y a ese empeño se aplica con sus saberes científicos. En uno de los capítulos del libro se requiere a los psiquiatras una lección (pag. 189) de humildad, de reconocer que no se puede impedir, de constatar la impotencia en algunos casos, porque, si no es así, fácilmente nos deslizamos al autoritarismo más feroz.
El libro se detiene un rato más en el examen de la antinomia entre pensamiento y acción[6], ilustra con viñetas clínicas el carácter trasgresor, de franqueamiento de la ley, que está presente en todo acto, se demora en el diagnóstico diferencial entre el pasaje al acto y el acting, entre el duelo y la melancolía[7] (“la esencia del pensamiento es la duda, la esencia del acto es por el contrario la certeza –afirma Miller en la página 186)… pero podemos abreviar, y concluir con una afirmación que atraviesa –como un rayo- todo el texto: existe una clínica psicoanalítica del suicidio, y tiene las siguientes características:
·      No pretende resolver todos los casos, es humilde
·      Respeta la dignidad del sujeto (pag. 203)
·      Es una clínica del caso por caso
·      Se apoya en un diagnóstico estructural, tiene en cuenta la posición del sujeto (pag. 201)
·      Considera al sujeto responsable, se opone a la idea que considera al suicidio como resultado de un encadenamiento fatal (pag. 204)
·      Lleva al sujeto a subjetivar el acto (pag. 205), apunta a reintroducir al sujeto allí donde se pretende rebajarlo al estado inerte de un mero dato estadístico.
·      Lo invita a superar la pasión por la ignorancia (pag. 206)
·      No apuesta optimistamente por la rectificación de la realidad del sujeto (pag. 208) (como no sea evitarle –como en la psicosis- encontrarse nuevamente en la coyuntura significante que ha precipitado el pasaje al acto)
·      Es un clínica que se pone en juego con un sujeto que se preste al tratamiento (pag. 210)
·      Es un clínica posible en la institución [que asume la tarea de colaborar a reconstruir el lazo social (pag. 227)]

2. Fármaco

En los capítulos que dedica el libro a la psiquiatrización del sufrimiento y al fármaco, los autores se apresuran a desmentir el malentendido que opone el psicoanálisis a la medicación: no se trata de cuestionar los fármacos, sino de oponerse al estándar, a la medicalización indiscriminada, y al hecho de que las investigaciones farmacológicas sean el único paradigma de las validaciones clínicas y terapéuticas. Por eso me encanta cuando en la página 103 Monserrat Puig dice “desembaracémonos un poco nosotros también del espejismo del ideal científico”, y demuestra algo bien conocido en el ámbito de las neurociencias: la prueba científica está en crisis, el modelo de investigación farmacológica –el ensayo clínico- es ampliamente cuestionado porque cada vez genera menos avances terapéuticos.
Brevemente, y para ir terminando: Dice Lacan: Hoy en día “El mundo científico vuelca en las manos del médico un número infinito de lo que puede producir como agentes terapéuticos nuevos, y le pide, cual si fuera un distribuidor, que los ponga a prueba. ¿Dónde está el límite en que el médico debe actuar y a qué debe responder. A algo que se llama la demanda”.
Si el psiquiatra no se rige por la demanda del enfermo en cuanto vehicula un pedido y una interrogación, articulando algo de lo inarticulable del deseo, lo hará forzosamente en función de otras demandas: sea la de los laboratorios, las exigencias de conformidad social expresadas por la familia o las instituciones, los ideales de adaptación, etc[8]
Allí donde la institución imponga un imperativo de responder, de atender, debe abrirse un intersticio entre el pedido del fármaco y la respuesta. Dar la palabra es la maniobra, porque en el hecho de hablar y tan solo por hacerlo se desencuentra con el objeto. Es en este intersticio donde no se encuentra lo que se busca, sino otra cosa, y puede abrirse al registro del deseo.
Pero, por otro lado, un analista, para poder trabajar, necesita un paciente, es decir, alguien que como precondición, pueda decir algo acerca de lo que le pasa. Hay personas que llegan a la consulta en condiciones que no les permiten hacerlo, y aquí la medicación puede ser imprescindible. A veces el psicofármaco es aquello que debe ser introducido de forma inevitable a fin de continuar con el sostén de una determinada transferencia[9].
Otro asunto diferente sería responder a la pregunta ¿qué angustia permite tratar el fármaco? Lacan[10] en “Psicoanálisis y Medicina” afirmaba que “El médico al recetar se está recetando a sí mismo”. Esta pregunta es muy pertinente cuando hablamos del tratamiento de niños. Si el síntoma del niño puede ser eventualmente aquello que representa la verdad de la pareja familiar, ¿qué se medica cuando se medica a un niño?, ¿la angustia de quién se acalla?
Pero sostener que hay componentes de otro orden en la medicación no significa cerrar los ojos a su eficacia. Surge entonces legítimamente la pregunta de por qué no podemos servirnos de un recurso tan eficaz. En verdad, lo que verdaderamente obliga a una reflexión en esta intersección entre farmacología y psicoanálisis no se sitúa ya en el terreno del error, la omisión, el descuido o los efectos secundarios, sino más precisamente del lado de sus aciertos, de la eficacia de los fármacos. Es decir, el verdadero problema no es que se prescriban antidepresivos de forma indiscriminada a muchos pacientes, el verdadero problema es que –en cierta forma- son efectivos, tienen efectos, producen una respuesta. Este es –paradójicamente- el efecto inquietante de la cuestión, que es lo que Foucault[11] denunció como iatrogenia positiva: es decir a partir del siglo XX la Medicina deja de ser peligrosa en la medida de sus errores y sus limitaciones, y pasa a serlo en la medida en que se constituye como ciencia.
También lo decía Heidegger[12]: el peligro que nos acecha en las tecnociencias no reside en las previsibles consecuencias destructivas que su desarrollo podría acarrear, sino en la relación instrumental que el hombre establece con los objetos de la naturaleza, olvidando en esta operación aquello que hace a su esencia misma. Para Heidegger el objeto técnico tiene a ofrecerse como sucedáneo del lazo social cuya disolución él mismo promueve. Pero al mismo tiempo señala que sería necio pretender arremeter ciegamente contra ese mundo técnico del que dependemos. “Serenidad[13] para con las cosas” es el modo como Heidegger designa la actitud que considera acorde a nuestra humanidad. “Podemos decir –escribe- al inevitable uso de los objetos técnicos, y podemos a la vez decirles no, en la medida en que rehusamos que nos requieran de un modo tan exclusivo que dobleguen, confundan y finalmente devasten nuestra esencia”.

Conclusión

¿Por qué este libro? Si con la globalización los poderes políticos han abdicado de su función política a favor de los financieros, ¿a alguien puede sorprenderle que haya ocurrido lo mismo con la clínica? Es el total cumplimiento de los dictados del discurso capitalista a lo que estamos asistiendo, y con lo que –con nuestro silencio a veces- estamos consintiendo. Dice Stèphane Hessel en ¡Indignaos!: "El poder del dinero nunca había sido tan grande, insolente, egoísta con todos".
Para concluir la presentación de este quiero decir unas palabras acerca de la función de la salud mental en relación al orden público. Tras el declive de las autoridades simbólicas de la modernidad al que hemos asistido en las últimas décadas, sólo la ciencia –y en particular aquella que se ocupa de la salud y la vida- ha venido a ocupar ese sillón vacío, ese lugar de certeza incuestionable.  
Voy a decirlo, para terminar, con las palabras «realvisceralistas» que pronunció Roberto Bolaño en Sevilla unos días antes de su muerte:
«El tesoro que nos dejaron nuestros padres o aquellos que creímos nuestros padres putativos es lamentable. En realidad somos como niños atrapados en la mansión de un pedófilo. Alguno de ustedes dirá que es mejor estar a merced de un pedófilo que a merced de un asesino. Sí, es mejor. Pero nuestros pedófilos son también asesinos»[14].



[1] http://www.blogelp.com/index.php/2011/02/18/suicidio_medicamentos_y_orden_publico_ed
[2] Nos creímos que la destitución de los ideales o la declinación del nombre del padre iban a ir acompañadas de una declinación del súper yo; pero no, todo lo contrario, la destitución de los ideales y la declinación del nombre del padre muestran con mucha más potencia mortífera a las exigencias del superyó.
[3] Este tipo de relación con la satisfacción, hace que los vínculos humanos se vuelvan casi insoportables, el otro pasa a ser un posible escollo en mi satisfacción, si estoy con él es en tanto que se acopla o adapta a ella. Un partenaire lo será mientras sea gratificante, cuando no, se reemplaza.
[4] Enfermedad se convierte en trastorno. Y la psiquiatría pasa de lo sanitario al control. La psiquiatría vuelve al seno de la medicina, los ingresos involuntarios
[5] Vicens A. Las exigencias del síntoma. Conferencia pronunciada en Club Antares. Sevilla, 21 de diciembre de 2001.
[6] Antinomia pensamiento-acción (en N. Obsesiva bascula entre procastinación y prisa por actuar). La ética concierne a los actos (180-1). Hoy existe un ideal de actos racionales, como consecuencia de un pensamiento que se suspende transitoriamente, temporalmente, para dar paso a estos actos calculados, es un pensamiento que quiere el bien, que produce actos buenos, adecuados. Pero la clínica del acto cuestiona este postulado, el acto, el acto suicida contradice/se opone este ideal 182. Existe algo en el sujeto que no quiere su bien, todo acto es un suicidio del sujeto, es una transgresión, es delictivo, franquea la ley (183-4) (franqueamiento del umbral significante, conexión acto-lenguaje, es preciso que exista esa ley, y que el sujeto sea transformado por ese franqueamiento para que exista acto como tal 188). El acto en L (184) está relacionado con pulsión de muerte, con goce, con ese goce que está en el síntoma y que hace que el sujeto lo ame, el síntoma que le hace daño. Acto apunta al goce, se sustrae a los equívocos, es definitivo, hay un “no” al otro (distinto al acting out, que necesita de la mirada del otro 185). Pensamiento=duda/acto=certeza 186
[7] Diferencia melancolía-duelo: El duelo era normal en tiempos de F, era un trabajo de “deconstrucción” del objeto perdido, una “2ª pérdida” del objeto, que necesitaba un tiempo. Hoy todos los duelos son patológicos: la exigencia de la vida hoy suprime ese tiempo, melancolizaciones, conductas autolesivas por pérdidas a las que no se les dio la oportunidad/tiempo del duelo 195. Melancolía: la libido no se desplaza sobre otro objeto, sino que se retira sobre el yo (narcisismo), identificandose el yo con el objeto perdido: los autorreproches constituyen en realidad reproches a otro, están dirigidos al objeto (“el suicidio es un homicidio tímido”, que decía Pavese) pero en la melancolía retornan sobre el yo 196. En matema a/i(a): en melancólico triunfa el objeto, el melancólico pasa a través de su propia imagen para alcanzar “a”, cuya caída lo arrastrará al suicidio. El amor narcisísticamente estructurado está sostenido en i(a), el yo ideal, que enmascara a “a”, al igual que en el Fantasma 197. En la dialéctica del deseo al deseo del otro (que evidencia la falta en el otro) se responde con la propia falta (amor es dar al otro lo que no se tiene): la pregunta es ¿puede perderme el otro?, esa es la pregunta que late bajo el acting-out, qué hará el otro si me pierde, qué hará si intento suicidarme? 198

[8] Tres antipsicóticos atípicos, la olanzapina (Zyprexa®, Eli Lilly), risperidona (Risperdal®,  Janssen),  y quetiapina  (Seroquel®, AstraZeneca) están entre los 10 medicamentos más vendidos del mundo, con un volumen de 14.5 billones de dólares en el año 2007 (REUTERS, 14 de enero de 2009 (Newer schizophrenia drugs cause heart risks: study)).
[9] Daniel Paola. Psicoanálisis y el Hospital Nº 9.
[10] Uzorskis B. La palabra y el fármaco en los tiempos del goce. Psicoanálisis y el Hospital Nº 16.
[11] Foucault M. La vida de los hombres infames. Altamira. La Plata, 2003. “Los efectos médicamente nocivos debidos no a errores de diagnóstico ni a la ingestión accidental de una sustanc ia, sino a la propia acción de la intervención médica en lo que tiene de fundamento racional. En la actualidad los instrumentos de que disponen los médicos y la medicina en general, precisamente por su eficacia, provocan ciertos efectos, algunos puramente nocivos y otros fuera de control que obligan a la especie humana a entrar en una historia arriesgada, en un campo de probabilidades y riesgos cuya magnitud no puede medirse con precisión”.
[12] Pujó M. Psicofarmacología, ciencia y subjetividad. Psicoanálisis y el Hospital Nº 9.
[13] Heidegger M. Serenidad. Ediciones del Serbal, Barcelona, 1994. “Hagamos la prueba. Para todos nosotros, las instalaciones, aparatos y máquinas del mundo técnico son hoy indispensables, para unos en mayor y para otros en menor medida. Sería necio arremeter ciegamente contra el mundo técnico. Sería miope querer condenar el mundo técnico como obra del diablo. Dependemos de los objetos técnicos; nos desafían incluso a su constante perfeccionamiento. Sin darnos cuenta, sin embargo, nos encontramos tan atados a los objetos técnicos, que caemos en relación de servidumbre con ellos”.
“Pero también podemos hacer otra cosa. Podemos usar los objetos técnicos, servirnos de ellos de forma apropiada, pero manteniéndonos a la vez tan libres de ellos que en todo momento podamos desembarazarnos (loslassen) de ellos. Podemos usar los objetos tal como deben ser aceptados. Pero podemos, al mismo tiempo, dejar que estos objetos descansen en sí, como algo que en lo más íntimo y propio de nosotros mismos no nos concierne. Podemos decir «sí» al inevitable uso de los objetos técnicos y podemos a la vez decirles «no» en la medida en que rehusamos que nos requieran de modo tan exclusivo, que dobleguen, confundan y, finalmente, devasten nuestra esencia”.
“Pero si decimos simultáneamente «sí» y «no» a los objetos técnicos, ¿no se convertirá nuestra relación con el mundo técnico en equívoca e insegura? Todo lo contrario. Nuestra relación con el mundo técnico se hace maravillosamente simple y apacible. Dejamos entrar a los objetos técnicos en nuestro mundo cotidiano y, al mismo tiempo, los mantenemos fuera, o sea, los dejamos descansar en sí mismos como cosas que no son algo absoluto, sino que dependen ellas mismas de algo superior. Quisiera denominar esta actitud que dice simultáneamente «sí» y «no» al mundo técnico con una antigua palabra: la Serenidad (Gelassenheit) para con las cosas”.
[14] En efecto, cuando Bolaño vino a Sevilla en aquel mes de junio de 2003, apenas le quedaban unos días de vida y por eso a su  conferencia de clausura le puso un título premonitorio: «Sevilla me mata». «Sevilla me mata»republicó primero en las actas del congreso —Palabra de América (2004)— y después en dos de los libros póstumos del propio Bolaño: Entre paréntesis (2004) y El secreto del mal (2007)