sábado, 16 de abril de 2011

CLANDESTINIDAD (intervención de Miguel Angel Alonso)


Clandestinidad, de Gustavo Dessal. Presentación de Miguel Ángel Alonso

Cuando comenzaba a elaborar esta presentación, las palabras me condujeron, antes que nada, a ciertos momentos de mi relación con Gustavo. Son momentos generalmente relacionados con las citas mensuales que programamos para elegir los libros que van a ser objeto de nuestra tertulia literaria, la que organizamos con el amigo Alberto Estévez y compartimos con tantos y tantos tertulianos. Pues bien, en esos encuentros surgieron con alguna frecuencia conversaciones en las que Gustavo mostró su pasión por la escritura. Y ahí mismo, su letra manuscrita, ese laboratorio simbólico en el que se conforma y confirma como escritor, se hizo parcialmente presente. Es decir, me encontré –por supuesto a cierta distancia— con su letra de escritor. Siempre lo acompaña algún pequeño cuaderno, de color verde o negro, en el que la letra que escribe parece venir de alguna disputa implacable. Yo veía que la página de ese cuaderno, siempre, quedaba oculta detrás de la letra hasta en sus más recónditos renglones. Lo cual me dio pie para evocar una convicción que forma parte precisa de mi pensamiento: qué mejor impronta para un escritor, que su letra dispute la jerarquía del vacío a la misma página. El gran mérito es que para poder realizar esta operación la letra ha de saberse litoral entre el saber y lo real, lo cual supone haber transitado en soledad fronteras poco seguras para la propia integridad subjetiva, haber viajado por la enfática oscuridad del lenguaje haciéndose cargo, para siempre, de la mudez de nuestro enigma. Paradójicamente, esa mudez es la que invoca al escritor a realizar una escritura incesante que no puede ser sin aquella pasión de la que hablaba Gustavo en nuestras conversaciones. Y todo esto me parecen condiciones imprescindibles para nombrarse escritor. Y Gustavo, sin duda, puede hacerlo.

En esa tensión entre el símbolo y lo real, entre los sentidos de la vida y la nada de la muerte –y cuando digo nada apelo a lo absoluto de esa nada— se va deslizando Clandestinidad, tanto en lo que constituye su escenario de fondo como en la acción de los protagonistas que se inscribe sobre él. 

En cuanto a ese telón de fondo, el drama de la Argentina del 76, Clandestinidad muestra un compromiso. Poner a la vista una obcecación que parece consustancial con lo humano. Y es que la contundencia de los hechos nos enseña que la tragedia clásica no cesa de escribirse. Vamos a encontrar, en ese telón de fondo, la pulsión de muerte en dos de sus paradigmas más notables: la doble muerte, y todavía, una invocación elíptica a Antígona. En cuanto a la doble muerte hay que decir que, más allá de los asesinatos reales, nos topamos con la muerte simbólica, la negación, por parte de los verdugos militares y paramilitares, de los más elementales rituales simbólicos debidos a los seres queridos; la negación de los nombres a los cuerpos desaparecidos; la negación del carácter criminal del acto en la canallesca justificación, política o religiosa, del mismo. También aparecen, de forma elíptica, aquellos seres que todavía hoy deambulan por la vida, como Antígonas eternas, sin poder enterrar a sus muertos, y contraviniendo con sus gritos incesantes, los nefastos edictos de los heraldos del mal, que pretendieron borrar cualquier rastro que lo humano pudiera dejar.

Este telón de fondo me parece la contribución particular de Gustavo Dessal a la necesaria memoria de éste y de tantos otros atroces acontecimientos históricos protagonizados por el ser humano, memoria que se escribe, como suplencia simbólica de un epitafio imposible, en la lápida que falta.

En este contexto, pareciera fácil dar cuenta del significado de Clandestinidad. Sin embargo, la novela nos convoca a realizar un trabajo de delimitación, dado que el título se escribe como un significante vivo en el que encontramos, al menos, dos declinaciones que nos vuelven a remitir a la tensión que encarna la letra como litoral entre la vida y la muerte. 

Por un lado, la clandestinidad es la de la precisión geométrica del mal, que anega todo el texto escribiéndose en la partícula “no”, partícula que parasita al Padre, a la Historia, a Dios y, en consecuencia, a la vida. Padre, historia y Dios se convierten en las máscaras soberbias que se pretenden signos inefables, irrompibles, pero solo para constituirse como estructuras de emplazamiento infernales, sobre la vida, sobre los sueños, sobre la incertidumbre, exigiendo a los seres humanos hasta la última gota de su deseo para proscribirlo en el silencio. Son las máscaras que, bajo su aparente nobleza, no hacen sino disimular el rostro del mal radical. 

Pero las mismas palabras, Padre, Historia, Dios y, en consecuencia, Vida, intuyen que “el cielo sólo se conquista con fuego”. Es la intuición clandestina del deseo, que intenta movilizar aquel no mortal como posición de escucha insensible a la vida; es la intuición clandestina que sabe que la historia no se escribe con signos inequívocos, sino que se construye y reconstruye con pasos y palabras de incertidumbre; es la intuición clandestina que propicia los encuentros con un Dios que precisa nuestra palabra para construirse; es la intuición clandestina que funda al padre en la nobleza de las teorías políticas que han de procurarse un reconocimiento universal. Esa es la clandestinidad de un deseo ético que se empeña en delinear los renglones sobre los que alguno de los protagonistas intenta asumir la responsabilidad de escribir su nombre propio, algo que adquiere una enorme relevancia en esta novela.

A partir de estas dos declinaciones del título, a partir de este contrapunto entre abyección y deseo vital, ¿donde podemos concretar una esperanza en Clandestinidad? En la pregunta. Es la vertiente ética de la novela. La pregunta va a descubrir la delicada fragilidad del olvido. Vamos a ver como un mínimo movimiento de la más elemental psicopatología de la vida cotidiana, puede coger desprevenido al más obstinado defensor de una gramática férrea, hecho que basta para producir la grieta, la fractura, el proemio por el que ha de sangrar la verdad que nos confronta con la historia, con la mirada del otro y nuestra propia mirada, con las palabras del otro y con nuestras palabras, para discernir lo que en nosotros mismos constituye terreno abonado para el deseo ético o para la abyección mortal. Ese es el escenario ético de Clandestinidad, sostenido en el carácter subversivo de la pregunta y de la memoria. 

Considero que estas son algunas de las pautas que posibilitan una lectura de Clandestinidad. Estamos ante una constelación de temáticas enormemente atractivas, todas ellas de gran calado y profundidad. Quiero decir, finalmente, que esta nueva novela de Gustavo me hizo evocar lo que tantos de sus textos preconizan, la imperiosa necesidad de dotar a la existencia de un sentido ético, sentido que podría sintetizarse de la manera siguiente:

Cada ser humano ha de hacerse cargo de la responsabilidad que implica su acción”.

Sin duda alguna, Gustavo, al situarse en el interior de esa contraposición entre el deseo ético y abyección mortal, se introduce en el seno mismo de la más responsable lectura de la existencia. Por lo cual, no me queda sino reiterar mi felicitación por la potencia ética que  proyecta su letra en general, y su novela Clandestinidad en particular. 
                                  
Miguel Ángel Alonso

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