domingo, 17 de abril de 2011

I.- SUICIDIO, MEDICAMENTOS Y ORDEN PÚBLICO (introducción de Beatriz García)


Suicidio, medicamentos y orden público. Compilación de Montserrat Puig y Clara Bardón.



Buenas noches a todos y bienvenidos a esta nueva convocatoria dela BOLM.

En esta ocasión es una alegría presentar un libro que podemos enmarcar en una orientación fundamental de nuestra escuela, que es la de resistir al empuje del reduccionismo de la ciencia en el tratamiento del sufrimiento. Es un reduccionismo que pretende comprender lo que les sucede a los seres humanos desde el paradigma de la experimentación de laboratorio y, más concretamente, sobre el modelo estadístico, si nos referimos a los manuales de diagnóstico y tratamiento desde los que hoy la rama mayoritaria de la psiquiatría aborda este sufrimiento del ser hablante. Este abordaje apunta a borrar todo rastro de subjetividad, y ese es el fondo sobre el que se sostiene este libro que nos parece muy necesario y que agrupa una serie de trabajos sobre la deriva de los tratamientos en la mal llamada salud mental. Digo mal llamada en consonancia con la pregunta retórica del próximo congreso Europeo PIPOL que tendrá lugar en Bruselas titulado “La salud mental ¿existe?”. Desde nuestra perspectiva nos oponemos a este empuje del mandato superyoico de la salud que enferma más que cura y que trata de suturar la hiancia estructural que hace humano al ser humano. Cuando decimos que no hay salud mental lo que decimos es que no hay solución “universal” al malestar, sino solo las soluciones que, más o menos precarias, cada uno “inventa”, aunque sea sin saberlo, para vivir la paradoja que implica ser seres hechos de cuerpo y de lenguaje, dos elementos radicalmente heterogéneos. Esta dificultad toma una forma particular en cada caso y en cada caso conviene tratarla de forma particular, implicando siempre la responsabilidad del propio sujeto.

Este libro muestra que existe otra forma de tratar el dolor de los sujetos contemporáneos, existe otra psiquiatría que atiende a la subjetividad, para la que el sujeto que sufre no es reducible a una serie de neurotransmisores. Y tengo que decir que a mi la lectura de este libro me ha proporcionado una cierta satisfacción al comprobar, en la multitud de referencias que los artículos recopilados citan, que el psicoanálisis de orientación lacaniana no está sólo en la denuncia de los impasses a los que las derivas de la ciencia están conduciendo, sino que hay muchos y prestigiosos autores, tanto del campo de la epistemología como de la propia medicina, que alzan sus voces con argumentos potentes en la misma dirección.

El volumen ofrece una reflexión organizada en tres ámbitos: la función de orden público que hoy toma la asistencia en salud mental, la medicalización del sufrimiento humano y los pasajes al acto suicidas, convertidos en objetivo diana de las políticas de prevención. 

En el apartado sobre psicoanálisis y orden público se nos ofrece un texto muy interesante de J.P. Klotz titulado clínica contemporánea de la autoridad que nos habla de la diferencia entre tomar el síntoma, al modo en que lo hacía Freud, como una religión privada, esto es, como el modo personal de tomar el relevo de un padre que falla por estructura, y la pretensión universalizante del saber de la ciencia asociado al abandono del sujeto y sus consecuencia de vacío de identidad y errancia de los modos de goce.

Hay también una mesa redonda entre psicoanalistas y psiquiatras que trabajan en salud mental donde se abordan cuestiones de calado sobre, por ejemplo, la coacción al tratamiento como forma de prevención que se va abriendo paso, la judicialización de la salud mental o el aporte del psicoanálisis en el tratamiento de los pasajes al acto.
Encontramos finalmente varios artículos sobre la deriva de la exigencia de bienestar y el rechazo del sufrimiento en las políticas de salud en general y en las de salud mental en particular.

El apartado sobre los fármacos está presidido por dos planteamientos: que el psicoanálisis no se opone a la medicación sino a su administración estandarizada (o sea, no es el medicamento el que puede destruir la psiquiatría sino los protocolos y los cuestionarios) y el fármaco como un anestésico que, si bien no cura, atempera y ayuda a trabajar con un paciente decidido (JAM).

Encontramos también en tres de los artículos (D. Laurent, Patrick Chessel y M. Puig) una denuncia decidida: la investigación llamada científica en farmacología psiquiátrica es un gigante con pies de barro. Un médico investigador clínico en psiquiatría (David Healy) y un investigador de la industria farmacéutica (Philippe Pignarre) dan los argumentos: las nuevas moléculas sólo se estudian en referencia a las viejas y según los parámetros y escalas diseñadas para estas (la llamada carrera de los sucesores). Los criterios de inclusión de los pacientes en los ensayos clínicos se van variando hasta que responden a la molécula candidata, con lo que finalmente la enfermedad se convierte en lo que la molécula cura. Vale la pena seguir el planteamiento, que es también muy revelador de la alianza entre la investigación y el capitalismo más deshumanizado.

En este apartado se incluyen también varios artículos con casos de tratamientos psicoanalíticos acompañados de medicación bajo transferencia, donde se analiza el lugar del medicamento en cada caso, uno de ellos de J. Garmendía, que nos acompaña hoy.

Finalmente, en el apartado dedicado a la clínica del suicidio, encontramos una entrevista con el autor de una obra sobre la historia del suicidio en occidente, donde podemos seguir las reveladoras idas y venidas en la sucesiva consideración del suicidio como acto socialmente admitido (en la antigüedad grecorromana, el Renacimiento o la Revolución francesa, por ejemplo) o como acto pecaminoso y punible (en la edad media, en que incluso se aplica la punición de los cadáveres, tras el renacimiento o a partir del siglo XIX). Muy revelador
Encontramos también la denuncia del impulso mortificante que late detrás de la consideración del suicidio por parte de la OMS como epidemia a la que hay que oponer políticas de prevención (la enumeración de las medidas propuestas ya es como para quedarse pensando: pone en la misma serie el tratamiento de las enfermedades mentales y la desintoxicación del gas doméstico). Se trata de elevar las encrucijadas subjetivas que llevan a un ser humano a semejante coyuntura al rango de datos estadísticos: hay que evitarlos, sin preguntarse qué quieren decir. Una vez más nos encontramos con la prevención como forma contemporánea de la represión y el no querer saber nada de eso.

Completan el apartado sobre el suicidio una serie de casos clínicos, un artículo de JAM sobre el concepto de paso al acto en Lacan y dos artículos sobre la clínica del suicidio desde la perspectiva del psicoanálisis, donde se indica que se trata de la clínica de un sujeto responsable. Se enfatiza la importancia del diagnóstico estructural así como la localización de las coordenadas subjetivas que han enmarcado el acto o la intención suicida. Lejos de tomarlo como víctima, se dice, el psicoanalista tratará de darle al sujeto los medios de reapropiarse de los pensamientos que lo condujeron hasta su acto, en la búsqueda del establecimiento de su causalidad inconsciente. Una forma muy diferente de acercarse a esta difícil problemática, que para el psicoanálisis tiene que ver con un no querer saber, con la misma pasión por la ignorancia que parece alimentar las políticas en pos de la  salud pública.

Se trata entonces de un trabajo de gran interés para ayudarnos a reflexionar sobre la clínica y la política de la subjetividad contemporánea. Están aquí esta noche para hablarnos de este trabajo:

Javier Garmendia. Psicoanalista, miembro del la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis y de la Asociación Mundial de Psicoanálisis.

Antonio Ceverino. Psicoanalista, psiquiatra en el Centro de Salud Mental de Hortaleza, miembro de la sección de Psicoanálisis de la Asociación Española de Neuropsiquiatría.

Beatriz García Martínez, 6 de abril de 2011

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