domingo, 17 de abril de 2011

CLANDESTINIDAD ( intervención de Luis Seguí)


Presentación de Clandestinidad, de Gustavo Dessal
2 de marzo de 20ll

Esta novela de Gustavo Dessal, que en mi opinión es el mejor y más logrado producto que hasta hoy nos ha proporcionado su talento literario, es al mismo tiempo ficción y no ficción, en la medida en que si los personajes y la trama se despliegan en un escenario técnicamente ficcional, simultáneamente lo que cuenta –la acción misma- exhibe como telón de fondo una realidad no solo próxima en el tiempo sino, además, conocida aunque sea a grandes rasgos, por todo el mundo.

De una parte, la localización temporal y lo que cuenta, el trasfondo histórico, podrían sugerir que es una novela más bien destinada al público del país en el que se desarrollan los acontecimientos, por disponer aquellos de muchas claves para su comprensión, mientras que las pobres desafortunadas criaturas que no han sido bendecidas con la condición de argentinas se verían privadas de las dichas claves, perdiéndose así gran parte del placer de la lectura.

Pues bien No es así, porque la lectura de Clandestinidad , a pesar del  aparente localismo al que estaría condenada por estar su trama y sus personajes tan pegados a un tiempo histórico y a un contexto muy preciso, está sin embargo al alcance de cualquier sujeto de cualquier país y de cualquier cultura, siempre que tenga una relación de amor con la literatura, y porque la clave de su universalidad está, precisamente, en su particularismo.

Puede ser disfrutada tanto por aquellos que desconocen la historia argentina reciente, tanto como por quienes saben algo de esa historia, y por supuesto por aquellos que no solo conocen la historia sino que se sienten especialmente concernidos por los sucesos realmente acontecidos y que proporcionan el contexto a la ficción. Como es mi caso.

De ahí que no voy a ejercer de crítico literario, no solo porque no es mi oficio, sino porque no tengo la menor pretensión de objetividad, si es que eso puede significar algo, y además porque estoy comentando la obra de una persona que me privilegia con su amistad desde hace muchos años.

Así pues, en cuanto creación literaria tan solo diré lo mucho que me ha impresionado el estilo despojado, la economía retórica, la total ausencia de perífrasis en este relato sin nombres, como un homenaje a tantos miles de muertos sin lápida, es decir sin sus nombres inscritos. Es como si el autor hubiera decidido que el dramatismo que encierra el relato no admitiera más que un lenguaje directo, desnudo, que incluso por respeto a los personajes del drama y al contexto –tan cargado de significación por sí mismo- había que evitar cualquier circunloquio, cualquier asomo de lirismo, que sobra todo barroquismo descriptivo.

Gustavo Dessal tiene la audacia, por otra parte, de no limitarse a hacernos escuchar la voz de una víctima del salvajismo represor, sino de incorporar la presencia del Otro, del personaje masculino canallesco y sin conciencia al que los acontecimientos llevan a ejercer de verdugo. Tan solo conozco otra novela en la que el personaje central es otro canalla semejante, un lumpen reclutado por la extrema derecha para iniciar la guerra sucia que después de marzo de l976 asumieron directamente los militares, en el mismo contexto histórico, y es una obra de Horacio Vázquez Rial que se titula Historia del Triste, un libro publicado hace más de 20 años.

Sabemos que cuando un crimen produce un gran número de muertes deja de ser un asunto policial o judicial, para convertirse en un asunto político. Esta es, pues, una novela en la que la cuestión política es insoslayable. No puede entenderse haciendo abstracción de la política.

Por un ideal político se vive y se arriesga la vida, como ocurre con la protagonista, que es en este sentido una persona responsable en toda la expresión de este concepto: se hace cargo de las consecuencias de sus actos, y por eso mismo la relación con el protagonista masculino es asimétrica. Éste, como tantos como él, por otra parte, no se hace responsable de nada. Sin que lo sepa, está muerto. Gustavo Dessal nos lo sintetiza en descripciones magistrales: cuando la chica le dice que tiene sangre de horchata él ni se inmuta, porque –nos dice el relato- al no formar parte del impulso de la vida se había vuelto invulnerable. O bien, cuando ella le habla del futuro, el narrador nos informa de que él en cambio, nunca decía ni una palabra acerca del futuro. Vivía en una fracción del tiempo donde no quedaba nada atrás, y por delante se alzaba una pared sin puertas ni ventanas.

En su labor de verdugo, ni una vacilación. El no emitía juicios –nos dice el autor- y su ignorancia le servía de coartada para exonerarse a sí mismo de cualquier duda moral. Y más adelante: cree que no tiene la culpa de hacer lo que hace, porque es el trabajo que le mandan.

Y para acabar de perfilar esta personalidad, nos dice Dessal de él que, y cito: jamás podrá tejer con las circunstancias de su vida una historia más allá del ciclo biológico en el que habrá consistido su paso por la existencia.

En suma, es un sujeto en el que podemos apreciar una auténtica spaltung, una disociación que le impide inscribir sus actos en su historia, darles un sentido. ¿Es su sordera parcial una metáfora del no querer saber, no querer oir?

Antes he hablado de la audacia del autor al ponernos cara a cara con este canalla, con esta representación viva del Mal.
Y es que esta novela es toda ella una indagación sobre el Mal.
Por ello, no parece casual que el relato esté –en mi opinión- claramente decantado hacia el personaje masculino, porque, como todos sabemos, el Mal ejerce una fascinación especial.

La existencia misma del Mal, su origen y su presencia en el mundo, han ocupado un lugar central en el ámbito de los diversos credos religiosos y de la reflexión filosófica en general, desde el principio de los tiempos.

Para abordarlo desde la perspectiva cristiana Leibniz inventó la expresión teodicea, que pasó a ser una parte de la teología, para demostrar la justicia divina mediante la solución de los dos problemas fundamentales que desvelaban a los teólogos: el del origen del Mal y el de la libertad humana.
La cuestión del Bien y del Mal ha constituido antes, durante y después de la Summa Theologica, un problema extremadamente importante en la teología, en la medida en que atribuir a Dios el conjunto de la creación significaba hacerlo responsable de la existencia del Bien, pero también del Mal.

¿Ha creado Dios el Mal? Si es así, ¿no es acaso contradictorio con su infinita bondad el haber inventado el Mal?

Los padres de la Iglesia encontraron una fórmula que podía dar respuesta tanto a esa cuestión como a la de la libertad. Sí, afirmaron, Dios creó el Bien, no el Mal, pero al mismo tiempo le concedió al hombre, su criatura, el libre albedrío, de tal modo que en ejercicio de su libertad el hombre puede elegir el Mal, aún condenándose.

En el judaísmo, en opinión de Bernard Sichère, la historia “está concebida como historia de los vencidos, se entiende partiendo de la metahistoria del Pacto de alianza: en el hombre existe un mal radical, mal vencido por el poder del Verbo, de suerte que la historia de los hombres está gobernada por la alternancia de la blasfemia y el perdón (...) el pensamiento judío del mal no es tanto un pensamiento de lo puro y de lo impuro como un pensamiento que invita a afrontar el mal como misterio de iniquidad”.

El protagonista de la novela de Gustavo Dessal es, pues, un sujeto que elige el Mal, pero sin que esa elección sea necesariamente una elección forzada. El deseo muerto hace que acepte incorporarse al ejército de los verdugos porque no tiene otra cosa mejor que hacer. Él necesita, como todo sujeto que carece de deseos, que alguien le diga lo que tiene que hacer: yo hago lo que me mandan, se dice.

Y cuando la hija le pregunta qué haría si volviera a tener quince años, él se dice: seguro que le hubiera gustado que la vida hubiera sido diferente, haber tenido un padre que le tendiera una mano y no lo dejara caer en el pozo de los deseos muertos, que es el lugar en el que se ahogó al nacer.

¿Y ella? Gustavo Dessal tiene la habilidad de no hacer del personaje femenino la representación del Bien, de situarla pura y simplemente como la contracara del Mal. Es bastante más complejo que eso.

Podría dar la impresión de que hay un cierto candor, una cierta ingenuidad, una cierta inconsciencia por parte de ella, o al menos una inconsciencia relacionada con el riesgo que supone su compromiso.

La protagonista es una militante montonera –como se deduce de un par de pistas que aparecen en el relato- que se entrega en un compromiso del que sabe vagamente que puede llevarla al sacrificio: es joven –la describe el autor-, y por más que se lo expliquen no puede ni quiere imaginar la muerte. Está convencida de que a ella no le va a tocar, de que ella formará parte del ejército vencedor y que entrará triunfante en el Sheraton Hotel, pero el ardor de ese compromiso, la convicción ideológica de que está luchando por la justicia, por la revolución, por los pobres, es más fuerte que el miedo.

Y, en cualquier caso, es bastante común recurrir a la denegación para evitar dejarse ganar por un miedo paralizante. Como escribe Claude Lanzmann en su recién editada autobiografía, recordando la relativa inconsciencia con la que a sus l5 años se jugaba la vida en la Resistencia contra la Ocupación alemana de Francia, “la inconsciencia es una forma de valentía.

La posición de ambos protagonistas no es, desde luego, simétrica desde el punto de vista moral, ni mucho menos desde una perspectiva política.

Es importante señalar esto porque en la Argentina ciertos grupos políticos interesados lanzaron la llamada teoría de “los dos demonios”, que equipara la violencia del Estado militar con la de los grupos armados que lo combatían, el marxista ERP y el peronista Montoneros. Algo parecido a la equiparación de Hitler con Stalin, intentando así poner en el mismo lugar del Mal la ideología revolucionaria inspirada en el marxismo con el nacionalsocialismo. Se plantea aquí un problema ético, la ética de la motivación, o dicho de otro modo de relación entre medios y fines propio de la filosofía política.

Sin embargo, es necesario distinguir la motivación de quienes, como el nacionalsocialismo, se proponían desde su programa inicial la dominación mundial de la raza aria, la opresión sobre el conjunto de los pueblos europeos y el exterminio completo de los portadores de la cultura judía, de la motivación inspirada en la supresión de la explotación del hombre por el hombre y el igualitarismo propias del marxismo. Es evidente esa ética de la motivación puede conducir, y de hecho condujo, a la ejecución de crímenes masivos en nombre del marxismo-leninismo por parte de Stalin, pero creo que esa realidad no debería servir para ocultar la diferencia existente entre una y otra ideología.

Lo ocurrido en la Argentina en los años setenta –como lo ocurrido también por la misma época en otros países latinoamericanos- no puede entenderse sin tener en cuenta la propia historia del país, y la influencia determinante que tuvo en el continente la Revolución Cubana.

Con respecto al país en particular, hay que decir que en la Argentina existe una larguísima tradición de violencia política, prácticamente desde hace 200 años, cuando empezó como país independiente. Setenta años de guerras civiles, hasta l880, y sucesivos golpes de Estado en l930, l943, l955, l962, l966, l976...

Sin proponérselo, la Revolución Cubana abrió y al mismo tiempo cerró la posibilidad de otras revoluciones inspiradas en ella en Latinoamérica. La abrió o aparentó abrirla al mostrar que una vanguardia armada apoyada por la mayoría de la población podía enfrentarse a un poder dictatorial y derrocarlo, iniciando un proceso de transformación política y social. Y al mismo tiempo la cerró, porque a partir de la Revolución en Cuba los Estados Unidos organizaron rápidamente una ofensiva contrarrevolucionaria –hay que recordar que estábamos en plena guerra fría- para impedir que aquella experiencia se repitiera, de tal modo que a la emergencia de grupos armados de izquierdas en casi todos los países latinoamericanos, la doctrina de la guerra contrarrevolucionaria se puso en práctica a través de los ejércitos de cada país, promoviendo golpes de Estado e instalando gobiernos cuya principal misión era el exterminio de la oposición de izquierdas, para impedir a toda costa que se convirtieran en un peligro real para los intereses de las clases dominantes y, por extensión, para la política de los EE.UU.

En l973, en Chile, se vio claramente que EE.UU. no estaba dispuesto a tolerar ni siquiera a un gobierno de izquierdas que había alcanzado el poder democráticamente. El comentario atribuido a Henry Kissinger es bastante ilustrativo al respecto: no podemos permitir que porque el pueblo chileno se haya vuelto loco, tengamos una segunda Cuba en Latinoamérica.

Tan sólo hubo una excepción que atravesó la estrategia contrarrevolucionaria del Pentágono y del Departamento de Estado, y se produjo en l979 en Nicaragua cuando el Frente Sandinista de Liberación derrotó al dictador Somoza; y ocurrió porque el entonces presidente de los EE.UU. era Jimmy Carter, que interrumpió la ayuda militar al Gobierno de Somoza. Como se sabe, el siguiente presidente de los EE.UU. fue Ronald Reagan, que rectificó rápidamente el “error”, armando y financiando a la llamada Contra nicaragüense, que inició una guerra de desgaste con la que consiguió –literalmente- asfixiar la revolución.

Hay que decir que el ambiente que se vivía entonces en la Argentina, al igual que en otros países latinoamericanos, era de una gran efervescencia política. En la Argentina en particular existían grupos y organizaciones de izquierda, marxistas y peronistas, que desde poco después del golpe militar que derrocó a Perón en l955 ya comenzaban a practicar formas armadas de lucha, hasta que a comienzos de la década de los ´70 tanto el ERP como Montoneros polarizaban el espectro político como principales ejecutores de la lucha armada.

El aire del Caribe recorría el continente, y no es exagerado afirmar que el Che Guevara representaba el ideal del yo para todos los militantes. Y en el imaginario de cada militante el yo ideal era ver en sí mismo a un futuro Che Guevara.

Esa efervescencia ideológica y política era la que imperaba en el ambiente político de la Argentina de los años ´70, en particular en los círculos universitarios donde el personaje femenino de esta novela empieza a darle cierta consistencia teórica a su anhelo de justicia social, un proceso que ahora se llama de concienciación. No es casual que la mayoría de los cuadros que se integraron en aquellos grupos armados proviniesen de la clase media y de la universidad, ese gran catalizador.

Sí hubo algo que se podría calificar de una construcción delirante, pero que era en todo caso responsabilidad de los dirigentes y no de los militantes de base, y era la creencia de que se podía vencer en esa guerra contra el Estado y sus fuerzas represivas, sin contar con el apoyo de las masas. Esa construcción delirante alcanzó su cenit cuando las organizaciones armadas decidieron continuar con su estrategia foquista cuando era evidente que nunca podrían derrotar militarmente al poder establecido.

Una y otro, ambos protagonistas de esta novela son, a su manera, víctimas, aunque no son equiparables ni ética, ni moral ni políticamente.

Alguien podría suponer, a la vista de lo dicho, que para leer esta magnífica novela hace falta tener una cierta fortaleza de espíritu y un estómago moderadamente blindado. En realidad, basta con tener una relación de amor con la literatura.

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